La fotografía es un eco de la luz divina: al capturar la belleza del mundo, revelo destellos del Creador. Cada imagen es una oración silenciosa que recuerda que lo sagrado no está lejos, sino brillando en lo cotidiano. Con mi cámara sólo intento reconocer la belleza que Dios ya puso en el mundo. Cada foto es un pequeño intento de agradecerle lo que mis ojos alcanzan a ver. A través de la fotografía busco aprender a mirar lo que Dios ya ha puesto frente a mí. Cada imagen es un intento sencillo de detenerme, de reconocer Su presencia en lo cotidiano: en la luz que cae, en un gesto humano, en la quietud de la naturaleza. Fotografiar se vuelve entonces un acto de gratitud, una manera humilde de decir que el mundo está lleno de pequeños regalos que merecen ser contemplados y compartidos.
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